Félix Díaz, líder de la etnia qom en La Primavera, en Formosa -a unos 180 kilómetros de la capital provincia- dice a LA NACIÓN : «Nosotros vivimos en aislamiento social permanente, siempre estamos en cuarentena. Por discriminación, por olvido. Históricamente estamos encerrados en las comunidades, sin acceso al agua, a la salud. No hay cambios ahora; seguimos igual, las cosas están complicadísimas».

Comenta que en la zona del Pilcomayo en Formosa y Chaco, límite con Paraguay, hay «muchos caminos alternativos de cruce», que se usaron cuando los pasos formales se empezaron a cerrar. «Cuando nosotros nos movemos nos piden documento, destino y hay sanciones y multas, pero para otros no son tan duros». Díaz insiste en que a las comunidades no ingresa nadie ajeno al lugar y que mantienen sus actividades diarias. La Provincia les entregó hace unos días el bolsón de alimentos con «cinco artículos: arroz, fideos, aceite, polenta y puré de tomate. Claro que no a todos les dan».

En el oeste formoseño, en La Esperanza -al límite con Salta, a 600 kilómetros de la capital provincial-el cacique wichi Jorge Palomo, menciona que la situación empeoró, porque por los controles en la ruta no pueden salir «a pescar, a buscar leña y comida en el monte». Describe que los puestos son «muy estrictos» en los caminos que van hacia el río Bermejo «y no aceptan esas explicaciones, que salimos para comer». Hace «unos meses» repartieron bolsones de alimentos, pero «no duran tanto ni fueron para todos». En La Esperanza viven 400 familias.

Frente a ese panorama los caciques están tratando de «hablar con los municipios para que lleguen a la Provincia y a la Nación» para que envíen asistencia alimentaria y también agua ya que los camiones no están llegando (sí hay en el lado salteño, en Santa Victoria Este). «Es época de lluvias y algo se puede juntar -agrega Palomo-.Hay poca y termina contaminada. Tampoco tenemos médico, así que cuando alguien se pone grave lo llevamos a Las Lomitas o a Ingeniero Juárez».

Desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación indicaron a este medio que se envían regularmente las partidas correspondientes a los gobiernos provinciales para que compren los alimentos y los distribuyan. No son recursos especiales para las comunidades, sino que van en el presupuesto general. Además, en algunas jurisdicciones las comunidades ya recibieron las tarjetas alimentarias,

Muy preocupada y angustiada está Marisa Rojas, docente bilingüe (castellano-wichi) en el paraje El Techat (cerca de Miraflores, a unos 800 kilómetros de Resistencia). Ve «abandonadas» a las comunidades. «Los comedores de las escuelas abren pero sólo para los chicos y va toda la familia porque no tienen casi nada en su casa y no alcanza. Agua no tienen. A veces lleva el municipio, pero le bajan muy poco porque los tanques que hay son chicos. Los que necesitan médico deben trasladarse unos diez kilómetros y no pueden. están desatendidos. Muchos no están entiendo cómo es todo esto», indica.

El dengue

Sixto Ceballos, cacique de La Nueva Golondrina , en Salta, cuenta que hace unas semanas se «escapó» cuando la policía lo quiso detener por romper la cuarentena. «Fui a calmar los ánimos en un corte de ruta. ¿Qué vamos a hacer? ¿Dejar que tiren nomás? Nunca hacemos protestas y en esa tampoco participamos, pero se puso fea». La semana pasada las comunidades wichis más cercanas a Embarcación (a 40 kilómetros de Orán) recibieron bolsones de alimentos. Como las 80 familias son todas numerosas calculan que les duran tres días.

«No podemos salir a trabajar. Nos manteníamos con changas y ahora no hay -añade Ceballos-.Estamos en la propia comunidad, pero muy mal porque ir a Embarcación a 24 kilómetros sale $400 de remís y ahí hay cajeros para cobrar planes o negocios para comprar con la Tarjeta Alimentaria. Nosotros y los de la comunidad de La Paloma estamos siempre solos porque somos más callados, no salimos a reclamar».

Dora Fernández, maestra bilingüe en Encarnación, ratifica los datos y afirma que todas las comunidades del norte salteño están «más o menos igual». En los comedores escolares la ración se reemplazó por bolsones que «no siempre traen de todo; los últimos tenían harina, arroz, fideos, sal y porotos». Confirma que sin poder ir a las fincas a trabajar, los problemas se multiplican. «La ayuda está más concentrada en las ciudades. Al comienzo de todo esto la gente pasaba de Bolivia por Orán y tampoco hubo médicos. La verdad, es que acá preocupa más el dengue -que siempre hubo- que el virus».

En la comunidad San Ignacio de Loyola (a 80 kilómetros de Tartagal) el cacique controla quién entra y quién sale. Es que 30 personas regresaron esta semana a trabajar por turnos a la cooperativa que fabrica ropa y con la que obtienen ingresos. Catalina Rojas, facilitadora del proyecto, apunta que cumplen todas las medidas de prevención y mantienen su aislamiento comunitario.. «Para ellos es clave esta tarea, los ayuda a mantenerse», define.

Fuente: La Nación